REDACCIÓN
María Corredentora: Origen, Sentido y Fundamentos de un Título Mariano
La Virgen María es llamada “Corredentora” en la tradición católica para destacar su participación única en la obra redentora de Cristo. En este artículo exploraremos a fondo el origen teológico, doctrinal y espiritual de este título, por qué María merece ser llamada Corredentora, y cómo entenderlo correctamente sin restar nada a Jesucristo, único Redentor. También explicaremos por qué nuestra editorial lleva este nombre, en fidelidad al amor de la Iglesia por la Madre de Dios. El objetivo es brindar una explicación clara –con fundamento bíblico, respaldo del Magisterio y la enseñanza de santos– de este hermoso título mariano, manteniendo un tono cálido, serio pero accesible.
Origen del título “Corredentora”
El término Corredentora proviene del latín co-redemptrix, que significa “la que redime en conjunto con”. Importa señalar que “co-” significa “con” y no igualdad: indica una cooperación subordinada. Históricamente, la expresión comenzó a usarse explícitamente hacia el siglo XV , aunque la idea de la colaboración de María en la Redención es mucho más antigua. Desde los primeros siglos, los Padres de la Iglesia vislumbraron a María como la “nueva Eva”, asociada al “nuevo Adán” (Cristo) en la restauración de la humanidad caída. San Ireneo (s. II) escribió que “el nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María” – donde Eva contribuyó a la perdición, María contribuye a la salvación. De modo semejante, muchos santos a lo largo de la historia le atribuyeron títulos equivalentes a Corredentora:
- San Agustín llamó a María “reparadora del género humano” , reconociendo que por medio de ella Dios restauró lo que Eva había perdido.
- San Ildefonso de Toledo la proclamó “restauradora del mundo perdido”, y San Bernardo afirmó que “Dios puso en manos de María el precio de nuestra redención” .
- San Alfonso M. de Ligorio (Doctor de la Iglesia, s. XVIII) sintetizó tres razones por las que María es Corredentora: (1) por su obediencia en la Anunciación, aceptando ser Madre del Salvador; (2) por dar a luz al Redentor y ofrecerlo al mundo; (3) por compartir los sufrimientos de Cristo al pie de la Cruz, uniéndose a Su sacrificio por nuestra salvación.
- Venerable Fulton J. Sheen (arzobispo del s. XX) describía poéticamente que “no fueron dos espadas, sino una sola espada con dos filos la que traspasó dos corazones” en el Calvario – uno de los filos en el corazón de Cristo Redentor y el otro en el corazón de María, la Madre Corredentora – ilustrando así que ambos compartieron un solo sufrimiento redentor.
Esta rica tradición muestra que el título “Corredentora” tiene raíces profundas en la fe de la Iglesia. No se trata de una invención reciente ni de una exageración, sino de una verdad meditada desde antiguo: María cooperó de manera única y estrecha con Jesús en nuestra Redención.
Fundamento bíblico de la Corredención
Aunque la palabra “corredentora” no aparece como tal en la Biblia, la Sagrada Escritura fundamenta claramente el papel cooperador de María en la obra de salvación, de forma que la doctrina se puede explicar con claridad también desde la perspectiva bíblica (como hacemos en apologética). Veamos algunos pilares bíblicos:
- Profecía del Protoevangelio (Génesis 3,15): Al inicio mismo de la historia sagrada, tras la caída de Adán y Eva, Dios anunció una “mujer” en enemistad perpetua con la serpiente (Satanás), cuya descendencia aplastaría la cabeza del maligno. La Iglesia ha reconocido en esta mujer a María, y en su descendencia a Cristo. “Así como Cristo… clavó [el decreto del pecado] triunfante en la Cruz, así la Santísima Virgen, unida a Él… aplastó [a la serpiente] con su pie inmaculado” , enseñó el Papa Pío IX al explicar este pasaje. Desde toda la eternidad, Dios asoció a María con Jesús en esa batalla victoriosa contra el demonio. Ella es la “mujer” por excelencia al lado del Redentor.
- El “sí” de la Anunciación (Lucas 1,38): Cuando el ángel Gabriel anunció el plan divino, María dio su libre consentimiento para ser Madre del Salvador: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). En ese instante, el Verbo Eterno tomó carne en su seno. Los teólogos señalan que María dio su sí en representación de toda la humanidad (como destaca Santo Tomás de Aquino ), entregando nuestra naturaleza humana para la obra redentora de Cristo. Su obediencia contrasta con la desobediencia de Eva: “así como [Eva] fue causa de perdición, María por su obediencia lo es de salvación” . Sin el consentimiento de María, el plan de salvación querido por Dios no se habría realizado de esa manera; su colaboración libre fue necesaria (aunque por pura gracia) para que Cristo viniera al mundo. Ella aportó la humanidad de Jesús – “le dio el cuerpo al Redentor, y el cuerpo de Jesús es lo que nos salvó”, afirmaba Madre Teresa de Calcuta, resaltando que María cooperó dando a Cristo la ofrenda con la que nos redimió.
- María al pie de la Cruz (Juan 19,25-27): Todos los Evangelios destacan la presencia fiel de María durante la Pasión de su Hijo, especialmente junto a la Cruz en el Calvario. San Juan relata que “junto a la cruz de Jesús estaba María su madre” (Jn 19,25). Allí Jesús, en medio de sus tormentos, nos entregó a María como madre espiritual al decir: «Mujer, he ahí a tu hijo» y al discípulo: «He ahí a tu madre» (Jn 19,26-27). ¿Qué nos muestra esta escena? Que María no fue una espectadora distante, sino que estuvo unida interiormente al sacrificio de Cristo. Los católicos meditamos a María como “Nuestra Señora de los Dolores”, atravesada por la espada de dolor que profetizó el anciano Simeón: «y a ti, una espada te atravesará el alma» (Lc 2,35). Esa “espada” de dolor indica la compasión de María: ella sufrió con Jesús.
Esta participación queda expresada en palabras que el Papa León XIII aplicó a María: “De pie, junto a la cruz de Jesús, estaba María, su Madre, penetrada hacia nosotros de un amor inmenso, ofreciendo ella misma a su propio Hijo a la justicia de Dios y agonizando con su muerte en su alma, atravesada por una espada de dolor” . ¡Qué descripción tan conmovedora de la Corredentora! María ofrece a Jesús al Padre – es decir, une su corazón al sacrificio redentor de Cristo, entregando al Hijo que ella misma le dio al mundo – y padece en su interior la crucifixión (el “martirio del corazón”). Madre e Hijo sufrían al unísono: Jesús en su cuerpo por nosotros, María en su alma por nosotros. Así, María cooperó con el Redentor sufriendo con Él por nuestra salvación.
- Colosenses 1,24 y la cooperación en el sufrimiento: San Pablo escribió: «Me alegro de mis sufrimientos por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, en favor de su Cuerpo que es la Iglesia» (Col 1,24). Este pasaje muestra el principio de la colaboración subordinada en la redención: no es que a la Pasión de Cristo le falte eficacia –pues sus méritos son infinitos–, sino que Jesús quiere asociarnos a su obra, dando a nuestros propios sufrimientos (unidos a los de Él) un valor redentor por gracia. Si San Pablo y cada cristiano podemos “ofrecer” nuestros sufrimientos unidos a Cristo por el bien de la Iglesia, ¡cuánto más lo hizo María!, que estuvo directamente unida a Jesús en su ofrecimiento supremo. De hecho, nadie después de Jesús ha sufrido tanto por la salvación de todos como María: su dolor de madre al ver morir a su Hijo inocente es incomparable. En ella se cumple de modo eminente lo que Pablo describe: “como verdadera Reina de los Mártires, más que todos los fieles, completó en su carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo en favor de su Cuerpo”, enseñó el Papa Pío XII . En resumen, la Biblia nos muestra a María asociada a Jesús desde la encarnación hasta la cruz, cumpliendo fielmente el papel que Dios le dio en nuestra Redención.
La enseñanza del Magisterio de la Iglesia
La Iglesia Católica, a través del Papa y los Concilios, ha reconocido formalmente esta verdad de la cooperación única de María en la obra redentora. Si bien no existe (aún) una definición dogmática específica sobre María Corredentora, son numerosas las declaraciones del Magisterio ordinario que enseñan esta doctrina de modo expreso . A continuación, revisaremos algunos ejemplos destacados de la voz magisterial:
- León XIII (Papa de 1878 a 1903) afirmó que María, “exenta de toda mancha de pecado original, escogida para ser Madre de Dios y asociada por ello a la obra de la salvación del género humano, goza junto a su Hijo de un favor y un poder tan grande que nada igual pueden obtener los hombres ni los ángeles” . Es decir, por designio divino, María fue incorporada al plan salvífico como colaboradora privilegiada de Cristo, con una eficacia superior a cualquier otra criatura.
- San Pío X (Papa de 1903 a 1914) usó términos muy claros en su carta Ad Diem Illum (1904) con motivo del cincuentenario del dogma de la Inmaculada: “La consecuencia de esta comunidad de sentimientos y sufrimientos entre María y Jesús es que María mereció ser la reparadora dignísima del mundo perdido y, por tanto, la dispensadora de todos los tesoros que Jesús nos conquistó con su muerte y su sangre” . En esta enseñanza, el Papa santo reconoce mérito a María (siempre mérito derivado de Cristo) en la reparación de la caída de la humanidad, y la presenta como distribuidora de todas las gracias obtenidas por Jesús en el Calvario. ¡Son palabras papales de enorme peso doctrinal!
- Benedicto XV (Papa de 1914 a 1922) en la carta Inter Sodalicia (1918) enseñó que María “sufrió y casi murió con su Hijo paciente y moribundo; por la salvación de los hombres renunció a sus derechos maternos sobre su Hijo, y lo ofreció a Dios Padre, en cuanto de ella dependía, para aplacar su justa ira; de manera que se puede decir con razón que ella redimió al género humano juntamente con Cristo”. Este texto (citado a menudo en mariología) recalca que María, en el Calvario, entregó activamente a su Hijo al Padre por nuestra salvación, uniendo su consentimiento al sacrificio de Jesús, hasta el punto de que –por voluntad de Dios– sus dolores tuvieron un rol cooperador en la Redención (obviamente, siempre subordinado al sacrificio de Cristo).
- Pío XI (Papa de 1922 a 1939) también llamó a la Virgen “Corredentora” en varias ocasiones. Por ejemplo, en 1933, al clausurar el Año Santo de la Redención, dirigió esta súplica a María: “Oh Madre de piedad y de misericordia, que acompañaste a tu Hijo dulcísimo mientras consumaba la Redención del género humano en el patíbulo de la cruz, como Corredentora te asociamos a Él presentándote esta vida… que te pertenece por derecho”. En otro documento enseñó: “La Virgen dolorosa participó con Jesucristo en la obra de la Redención, y, constituida Madre de los hombres… los abraza como hijos” . Pío XI no hacía sino continuar la línea de sus predecesores, subrayando esa participación singular de María en los méritos de Cristo.
- Pío XII (Papa de 1939 a 1958) sintetizó magistralmente esta doctrina: *“Quiso Dios que, en la realización de la Redención humana, la Santísima Virgen María estuviese inseparablemente unida con Cristo, tanto que *nuestra salvación es fruto de la caridad de Jesucristo y de sus padecimientos, íntimamente asociados al amor y a los dolores de su Madre” . Aquí se afirma que Dios mismo quiso esa unión de los sufrimientos de Cristo y María para producir fruto de salvación. Por eso, concluye Pío XII, María fue dada como madre nuestra en el orden de la gracia. De hecho, este Papa proclamó el dogma de la Asunción en 1950 recordando también los “dolores compasivos” de María al pie de la cruz, asociados a la Pasión de Cristo.
- Concilio Vaticano II (1962-65): Aunque el Concilio no empleó el término “corredentora” explícitamente, sí enseñó de forma inequívoca la realidad que éste expresa. La constitución Lumen Gentium n. 61 dice de la Virgen: “Cooperó de forma enteramente singular (única) a la obra del Salvador con su obediencia, fe, esperanza y ardiente caridad, para restaurar la vida sobrenatural de las almas. Por eso es Madre nuestra en el orden de la gracia” . Y el n. 58 de la misma constitución describe cómo “la Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente su unión con su Hijo hasta la cruz, donde, por designio divino, estuvo firme (de pie), sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con ánimo materno a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la Víctima nacida de ella”. Estas afirmaciones conciliares –aprobadas por todos los obispos del mundo en unión con el Papa– confirman doctrina cierta: que María, por voluntad de Dios, estuvo íntimamente unida a Cristo en la Redención, cooperando de modo absolutamente único. Ninguna otra criatura tuvo tal participación.
- San Juan Pablo II (Papa de 1978 a 2005) usó con frecuencia lenguaje de corredención e incluso el título explícito. En 1982 enseñó: “María… concebida y nacida sin pecado, participó de manera admirable en los sufrimientos de su Hijo, con el fin de ser Corredentora de la humanidad” . En otra ocasión reiteró que “junto con Cristo, María alcanzó una participación muy especial en la Redención, siendo nuestra Madre en el orden de la gracia*” (Audiencia general, 8-IX-1982). También en su encíclica Redemptoris Mater (1987) explica la cooperación de María “en toda la obra del Salvador”. Juan Pablo II, gran enamorado de la Virgen, llegó a afirmar que “María es la primera entre todos los ‘cooperadores de Dios’” (cf. 1 Cor 3,9) en la salvación. Por su claridad doctrinal y amor mariano, muchos pensaron que él proclamaría el dogma de María Corredentora, aunque en última instancia no ocurrió durante su pontificado.
En suma, el Magisterio de la Iglesia respalda plenamente el concepto de María Corredentora, aunque no esté definido formalmente como dogma todavía. Los Papas han evitado siempre cualquier malentendido: al llamar a María cooperadora en la Redención, no la ponen al nivel de Jesucristo, sino que reconocen la singular participación que Dios le concedió, siempre dependiendo de los méritos de Cristo. Esta enseñanza proporciona un importante equilibrio: Cristo es el único Redentor necesario y suficiente, pero quiso asociar a su Madre en grado excepcional a su obra, para mostrarnos el poder de su gracia en una criatura y para darnos una Madre corredentora y mediadora que distribuye sus dones.
¿Hacia un quinto dogma mariano?
Dada la amplia base bíblica, tradicional y magisterial de esta doctrina, muchos fieles católicos – incluyendo santos, teólogos y varios obispos – han deseado que la Iglesia llegue a proclamar solemnemente a María Corredentora (junto con títulos conexos de Mediadora y Abogada) como un dogma mariano adicional. Actualmente la Iglesia reconoce cuatro dogmas sobre la Virgen: su Maternidad divina, su Perpetua Virginidad, la Inmaculada Concepción y la Asunción a los cielos. La propuesta de un “quinto dogma” sería precisamente el de María Corredentora, Mediadora y Abogada. De hecho, existe formalmente una petición elevada al Papa en este sentido , apoyada por millones de firmas de fieles de todo el mundo a lo largo de las décadas.
Grandes figuras católicas han apoyado esta causa. Por ejemplo, Santa Teresa de Calcuta (Madre Teresa) firmó en 1994 una carta pidiendo al Papa San Juan Pablo II la definición del dogma de María Corredentora, afirmando su convicción de que “María es nuestra Corredentora con Jesús. Ella dio a Jesús su cuerpo, y sufrió con Él al pie de la cruz”. También San Maximiliano Kolbe y San Padre Pío en el siglo XX expresaron ideas afines sobre María como corredentora y mediadora de gracias. Numerosos cardenales y obispos (especialmente de América Latina, India y otros lugares de gran devoción mariana) han elevado votaciones y peticiones al Vaticano en favor de esta proclamación. Incluso se asocian presuntas revelaciones marianas –como la de Nuestra Señora de Todos los Pueblos en Ámsterdam– que habrían pedido este reconocimiento (aunque la Iglesia, con cautela, no basa sus decisiones en revelaciones privadas no confirmadas definitivamente).
Ahora bien, hasta el momento ningún Papa ha definido este quinto dogma. En el Concilio Vaticano II se debatió la conveniencia de proclamarlo, pero se optó por no definir nuevos dogmas marianos en ese momento, sino integrar la doctrina mariana en Lumen Gentium. Más recientemente, los Papas han mostrado cierta prudencia pastoral: Benedicto XVI y el Papa Francisco han preferido usar otros términos equivalentes (como “Madre y colaboradora del Redentor”) en vez de “Corredentora”, subrayando que el título puede ser malentendido si no se explica bien. De hecho, algunos teólogos opinan que definirlo ahora podría confundir a los no católicos o a los católicos menos formados, haciéndoles pensar erróneamente que ponemos a María al nivel de la Trinidad. Es decir, no se cuestiona la verdad del contenido, sino la oportunidad de su definición pública en este momento .
Nuestra tarea, por tanto, es defender respetuosamente el significado auténtico de María Corredentora (como hemos hecho en este artículo) para disipar esos malentendidos. Creemos que, en el tiempo providencial de Dios, la Iglesia podría proclamar este dogma para gloria de Cristo y de su Madre. Sería, en palabras de algunos mariólogos, “la corona dogmática” a la Santísima Virgen, reconociendo explícitamente su misión materna universal al lado del Redentor. Mientras tanto, es importante saber que podemos creer y llamar a María Corredentora con plena legitimidad, pues, aunque no sea un dogma definido, es una enseñanza sólida y extendida en la Iglesia . Quienes anhelan este dogma deben permanecer, eso sí, en espíritu de obediencia y unidad con la Iglesia, evitando cualquier tono de presión indebida. Al final, cualquier definición mariana siempre buscará exaltar más a Jesucristo, destacando la obra de su gracia en María.
Cooperadora subordinada, nunca competidora de Cristo
Es fundamental dejar muy claro que llamar a María “Corredentora” no significa en absoluto equipararla a Jesucristo ni decir que ella sea una “co-redentora” al mismo nivel. Esta aclaración es vital para la sana doctrina y también para el diálogo con hermanos de otras confesiones cristianas que podrían escandalizarse por el término si se malinterpreta. Veamos por qué Cristo es el único Redentor, y sin embargo la corredención mariana en nada le resta, sino que todo proviene de Él:
- Cristo, único mediador y redentor necesario: La Sagrada Escritura afirma sin ambigüedad que «hay un solo Mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo» (1 Tim 2,5), y que «ningún otro nombre nos ha sido dado para salvarnos» (Hch 4,12). Jesús es Dios hecho hombre; sólo Él pudo ofrecer un sacrificio de valor infinito para expiar los pecados del mundo. María, en cambio, es una criatura humana. Ella necesitó ser redimida por Cristo como todos nosotros – de hecho, fue redimida de modo sublime en su Inmaculada Concepción, preservada del pecado por los méritos anticipados de Cristo. Toda la santidad y privilegios de María proceden de Cristo Redentor. Por tanto, la Iglesia jamás ha enseñado ni enseñará que María sea “otra” redentora independiente o adicional, ni que ella pueda salvar por sí misma. Corredentora nunca significa codependiente, sino colaboradora dependiente.
- Una participación única, pero derivada: Decir que María coopera en la Redención es afirmar que ella participó en la obra de Cristo de la manera que sólo una madre puede hacerlo, por gracia de Dios. Lo hizo “con Él y por Él” , como explica el Magisterio. Jesús es la fuente de la que brotan todos los méritos; María es como el cauce preparado por Él para que esos méritos lleguen a nosotros. Un antiguo adagio lo resume: “Lo que Jesús consiguió por justicia, María lo consiguió por gracia”. Es decir, Cristo nos redimió por propio derecho divino, mientras que María lo hizo por participación en los méritos de Cristo (a veces los teólogos usan las expresiones redención objetiva para la obra de Cristo y redención subjetiva o aplicada para la participación de María y la Iglesia). María coopera “de segunda mano” podríamos decir; su grandeza es haber sido “el ayudante perfecto” elegido por Dios. Esto no disminuye la gloria de Cristo, al contrario, la pone de relieve, pues muestra que Su poder salvador es tan pleno que puede asociar verdaderamente a una criatura sin dejar de ser Él la cabeza y el origen. Es semejante a cómo un gran rey conquista la victoria, y luego asocia a su madre en la distribución de los despojos del triunfo: el honor de la madre en realidad realza la victoria del hijo.
- Ninguna creatura puede compararse a Cristo: El Concilio Vaticano II lo expresó con mucha claridad: “Ninguna criatura jamás podrá compararse con el Verbo encarnado, nuestro Redentor” (LG 62). Por eso, cuando la Iglesia llama a María “abogada, auxiliadora, socorro, mediadora” (LG 62) y corredentora, siempre deja claro que esto “no quita ni añade nada” a la dignidad y eficacia de Cristo único Mediador, sino que más bien manifiesta su poder . Todo lo que María es y hace está subordinado a Cristo. El mismo título “Corredentora” lo indica: co (con) Redentora (el Redentor es Cristo). Ella coopera, Cristo opera; ella acompaña, Cristo realiza; ella es la “ayudante”, Cristo el Señor. La analogía del Cuerpo Místico de Cristo ayuda a entenderlo: Jesús es la Cabeza y nosotros los miembros (1 Cor 12). Pues bien, María es el miembro más excelso del cuerpo, tan unida a la Cabeza que actúa en total sintonía con Él. Pero jamás la Cabeza deja de ser la fuente vital.
En síntesis, María Corredentora no compite con Jesucristo, sino que refleja de manera única la única redención de Cristo. Lejos de opacar a Jesús, este título glorifica más a Jesús, porque exalta la obra maestra que Él hizo en su Madre para asociarla plenamente a su misión. Como dijo San Juan Pablo II, la maternidad espiritual de María “se basa en la singular participación de María en la Redención de Cristo”, participación que “no disminuye en nada la eficacia de Cristo, único Mediador, sino que más bien demuestra su fecundidad”. Amar y honrar a María Corredentora no quita nada al amor debido a Cristo Redentor; al contrario, nos lleva “por María a Jesús” – Ad Iesum per Mariam – que es el lema de la auténtica espiritualidad católica.
Un título con sentido espiritual y pastoral para nosotros
Después de este recorrido doctrinal, cabe preguntarse: ¿Qué significa para nuestra vida espiritual que María sea Corredentora? ¿Es solo un título teológico honorífico, o tiene implicaciones prácticas para nuestra fe diaria? Sin duda, tiene un profundo sentido espiritual y pastoral que podemos aplicar en nuestra relación con Dios:
- María Corredentora nos revela el amor maternal de María por nosotros. Saber que la Virgen participó en los sufrimientos de Cristo por nuestra salvación debería conmovernos el corazón. Significa que María nos amó hasta el extremo, dispuesta a entregar al Hijo y a sufrir con Él para que nosotros tengamos vida eterna. Jesús no necesitaba la colaboración de nadie para salvarnos, pero quiso regalarnos una Madre que compartiera su misión. Por eso, cada vez que contemplamos una imagen de la Piedad (María con Cristo muerto en sus brazos) o a María de pie al pie de la cruz , recordemos: “¡Así de grande es el amor de María por mí; así de cerca estuvo de Jesús para obtener mi redención!”. Ese pensamiento nos anima a confiar en su intercesión poderosa. Si María estuvo tan unida a la pasión de Cristo, ¡cuánto querrá ayudarnos a aplicar los frutos de la Redención en nuestra vida! Podemos acudir a ella con plena confianza, sabiendo que como Corredentora es también Mediadora de todas las gracias, la distribuidora amorosa de los tesoros ganados por Cristo .
- Nos invita a imitar su cooperación con la gracia. María es modelo de la Iglesia. Su título de Corredentora nos recuerda que Dios quiere asociarnos a su obra. A ejemplo de María, también nosotros estamos llamados a ser “corredentores” en pequeño: cooperadores de Cristo en la salvación de nuestras almas y las de los demás. ¿Cómo? Ante todo, diciendo “sí” a Dios cada día como lo hizo María en la Anunciación – aceptando su voluntad con fe. También ofreciendo nuestros propios sacrificios, trabajos y dolores unidos a Jesús. Cuando sufrimos una pena, una enfermedad, una contradicción, podemos recordar ofrecerla “por amor a Jesús y a María, por la salvación de las almas”. Así participamos en el misterio redentor. María nos enseña el valor redentor del sacrificio ofrecido con amor. Ningún dolor unido a la cruz de Cristo es estéril. Al contrario, unido a Cristo produce vida y gracia. Esta es una gran enseñanza pastoral: en lugar de rebelarnos ante el sufrimiento, podemos –como María– unirlo a la cruz y obtener paz, mérito y hasta alegría espiritual (“me alegro en mis sufrimientos por vosotros” decía San Pablo). La próxima vez que veas un crucifijo, piensa también en María a los pies de Jesús, e invita a la Virgen a unirse a tus penas para presentarlas junto con las de Cristo al Padre. Descubrirás cuánto consuelo da la presencia corredentora de María en nuestra vida.
- Fortalece nuestra certeza de salvación en Cristo. Irónicamente, reconocer a María como Corredentora refuerza en el creyente la centralidad de Cristo. ¿Por qué? Porque toda la grandeza de María brota de Cristo. Cuando profundizamos en María, inevitablemente acabamos encontrándonos con Jesús (así lo experimentaron innumerables santos). Quien entiende bien María Corredentora entiende mejor a Cristo Redentor. Por ejemplo, meditar en el Stabat Mater (María de pie junto a la cruz) nos hace amar más la cruz de Jesús. Valorar el dolor de María nos hace tomar más en serio el pecado (causante de esos dolores) y al mismo tiempo apreciar más el perdón que Cristo nos ganó. En nuestra vida pastoral, llevar a la gente a María nunca la distrae de Jesús, al contrario, María siempre dice “Hagan lo que Él les diga” (Jn 2,5). Con el título de Corredentora, María nos sigue diciendo: “Mira a Jesús, valora su sangre, no desperdicies su sacrificio”. Ella coopera en salvarnos acercándonos más a su Hijo.
En definitiva, el título María Corredentora tiene un impacto espiritual muy positivo: nos anima a amar más a María y a Jesús, nos enseña a unir fe y dolor, nos da confianza en la intercesión materna de quien nos “compró” a los pies de la cruz, y nos impulsa a ser también instrumentos de redención para otros (por la oración, el testimonio, la ofrenda de la vida). Es un título que enciende el corazón, cuando se entiende en su verdad profunda, porque nos habla del amor en su máxima expresión: el amor de Cristo que sufre por nosotros hasta la cruz, y el amor de una Madre que se une a ese sufrimiento por sus hijos.
Conclusión: María Corredentora, un misterio de amor para seguir profundizando
Hemos visto cómo y por qué la Iglesia llama a la Santísima Virgen María “Corredentora”: por su íntima cooperación con Cristo en la obra de la Redención, desde su fiat en Nazaret hasta compartir la Cruz en el Calvario, todo por amor a nosotros y obediencia a Dios. Este título, lejos de restarle algo a Jesús, resalta la eficacia de la redención de Cristo que se difunde a través de su Madre. Es un título profundamente bíblico (aunque sea teológico, no literal), confirmado por Papas, Santos y la fe viva del Pueblo de Dios. Por eso, en María Corredentora Editorial llevamos con orgullo este nombre: expresa nuestra misión de difundir la verdad católica con el mismo espíritu de María, colaborando con Cristo en la salvación de las almas a través de los medios escritos, tal como María colaboró dando a Cristo al mundo.
Esperamos que este recorrido te haya ayudado a comprender mejor el sentido teológico, doctrinal y espiritual de María Corredentora. El amor de María por ti es real y activo: como buena Madre, ella sigue trabajando para llevarte a Jesús, ofreciéndote las gracias que su Hijo obtuvo. Te invitamos a seguir profundizando en tu fe y en el papel de María en nuestra vida cristiana. ¿Te gustaría aprender más sobre tu fe y sobre la Virgen María? ¡No te quedes con las ganas! Acércate a las riquezas de nuestra tradición: por ejemplo, te ofrecemos la descarga gratuita de una infografía resumida sobre María Corredentora para que repases los puntos clave y los compartas con otros. Déjate guiar por María hacia Jesús – nadie mejor que la Corredentora para llevarnos de la mano al Redentor. ¡Que Nuestra Madre Bendita te consiga todas las gracias de su Hijo y te acompañe siempre en el camino de la fe!